Cuando pasaba junto a su cama, siempre lo veía rodeado de personas de su iglesia que habían ido a visitarlo, a cantarle y orar con él.
Qué bien pensé, pues pronto estarán cantando y orando en su funeral.
Transcurrió un año y yo trabajaba en otro centro médico. Entonces, un colega del hospital Parkland me llamó para preguntarme si estaba interesado en ver a aquel paciente. ¿Verlo? Ni siquiera podía creer que todavía estuviera con vida. Estudié su radiografía y me quedé boquiabierto. El paciente tenía los pulmones limpios, sin ningún indicio de cáncer.
La terapia a la que se sometió le dio excelentes resultados comentó el radiólogo, que miraba por encima de mi hombro, refiriéndose al paciente.
¿Terapia? pensé. Si no se sometió a ninguna... a menos que la oración se considere una terapia.
Conté lo sucedido a dos de mis profesores de la facultad de medicina. Ninguno de los dos reconoció que había sido una curación milagrosa.
Es el curso natural de la enfermedad, opinó uno.
Está claro, comentó el otro encogiéndose de hombros.
Yo había perdido hacía mucho la fe de mi niñez. En aquel momento creía en la eficacia de la medicina moderna. Diríase que consideraba la oración algo superfluo. Así que no pensé más en ello.
Transcurrieron varios años más. Llegué a ser director de un importante hospital. Estaba al tanto de que muchos de mis pacientes oraban, pero confiaba muy poco en la eficacia de sus oraciones. Terminaba la década de los ochenta, y de casualidad llegaron a mis manos unos estudios. Muchos de ellos se habían realizado en condiciones muy estrictas de laboratorio, y revelaban que la oración influye de manera decisiva en diversas dolencias.
Tal vez el estudio más convincente sea el que publicó en 1988 el cardiólogo Randolph Byrd. Un ordenador extrajo los nombres de 393 pacientes de una unidad coronaria del Hospital General de San Francisco. Seguidamente, repartió los nombres en dos listas. Una de ellas se entregó a grupos de oración, mientras que nadie oro por las personas cuyos nombres figuraban en la otra. Nadie sabía en qué lista estaba ninguno de los enfermos. A los grupos de oración solo se les proporcionó el nombre de pila de los pacientes, junto con una breve descripción de las dolencias que los aquejaban. Se pidió que oraran por esos pacientes todos los días hasta fueran dados de alta, pero no se les dieron instrucciones de cómo orar ni qué decir.
El estudio terminó al cabo de diez meses y los pacientes por los que se oro se beneficiaron en varios aspectos importantes:
* Tenían cinco veces menos probabilidades de necesitar antibióticos, en comparación con los enfermos por los que no se oro.
* Tenían dos veces y media menos probabilidades de sufrir de insuficiencia cardiaca congestiva.
* Tenían menos probabilidades de sufrir un paro cardíaco.
Si la técnica médica estudiada hubiese sido un nuevo medicamento o procedimiento quirúrgico en vez de la oración, probablemente se habría proclamado como un gran avance de la medicina. Incluso escépticos recalcitrantes como el Dr. William Nolen, que escribió un libro cuestionando la validez de la fe para sanar, reconoció: "Si este estudio es fidedigno, los médicos deberíamos escribir en las recetas: "Oración tres veces al día". Si el método surte efecto, utilicémoslo."
Pero hay cosas que los científicos, y los médicos nos contamos entre nuestras soluciones. La eficacia de la oración es una de ellas.
Actualmente he dejado el ejercicio de la medicina y me dedico a investigar y escribir sobre los efectos de las oraciones en la salud. Hay estudios que dan a entender que puede tener consecuencias beneficiosas en caso de alta presión arterial, heridas, jaquecas y ansiedad. En los párrafos siguientes expongo algunos de mis hallazgos:
La oración adopta múltiples formas.
En los estudios que han pasado por mis manos, los resultados no se manifestaron únicamente cuando se oró pidiendo resultados concretos, sino también cuando se elevaron oraciones sin entrar en detalles. Es más, algunos estudios indicaban que en los casos en que solo se dijo algo así como: "Señor, hágase Tu voluntad", ello fue, en términos cuantitativos, más eficaz que los resultados específicos que se esperaban. Numerosos experimentos indican que la simple actitud de oración acompañada de amor e interés hacia la persona por quien se ora crearon las circunstancias que favorecieron la curación del paciente.
El amor aumenta la eficacia de la oración.
La eficacia de la oración es legendaria. Es parte del folclor, del sentido común y de la vida diaria. El amor tiene efectos físicos: prueba de ello es que los enamorados se sonrojan y les palpita el corazón. A lo largo de la historia se ha reconocido sin excepción que el cariño y el desvelo constituyen un factor valioso para la curación. Es más, una encuesta que se llevó a cabo entre 10.000 hombres afectados de cardiopatías y que se publicó en el boletín The American Journal of Medicine reveló que la angina de pecho se redujo a la mitad en los que percibían el apoyo y el amor de sus esposas.
Prácticamente todos los que se valen de la fe y la oración para sanar están de acuerdo en esto: que el amor es la fuerza que les permite proyectarse para curar, incluso a distancia. La sensación de interés y de afecto es tan marcada que todos la describen diciendo que sienten como si se fundieran con la persona por la que ruegan.
El Dr. Herbert Benson, de la facultad de medicina de Harvard, fue uno de los primeros investigadores que estudió los efectos beneficiosos para la salud de la oración y la meditación. Descubrió una correspondencia entre el ejercicio y la oración. Enseñó a corredores a orar mientras corrían, y descubrió que el organismo les funcionaba con mayor eficiencia.
Sus hallazgos revelaron que la oración no solo es beneficiosa, sino que hay una amplia variedad de métodos.
La oración demuestra que no estamos solos.
Uno de mis pacientes agonizaba. El día antes de su fallecimiento, me senté junto a su lecho. Lo acompañaban su esposa y sus hijos. Él sabía que le quedaba poco tiempo de vida, y elegía con cuidado sus palabras; hablaba en susurros y con voz ronca. Pese a que no era religioso, nos reveló que últimamente había empezado a orar.
¿Y por qué pide? le pregunté.
No es que ore por nada en particular respondió pensativo; es que hacer oración me recuerda que no estoy solo.
Via: James R. Yate
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