martes, 30 de marzo de 2010

La verdadera libertad

Siempre recordare una carta que recibí de un hombre joven que se encontraba preso, me contaba:

Han sido muchas las veces que he estado sentado en mi celda pensando en la libertad física; una vida sin rejas y sin puertas cerradas con llave, en la que eres libre para vivir tu vida como tu siempre has soñado, y no según la que te imponen las autoridades de la cárcel. Yo diría que todos los presos anhelan ser libres y salir de la cárcel, estar lejos de esos muros que nos mantienen encerrados.

Los que están en la cárcel físicamente están, de hecho, en dos cárceles: la una física, y la otra espiritual, porque es el pecado la causa de las dos. Sin embargo, la cárcel física no nos impide escapar de nuestra cárcel espiritual.

¿Entonces la liberación de la cárcel realmente nos trae libertad a los que estamos presos? Cuando salgamos por esa puerta, ya de forma definitiva, ¿estaré saliendo a la libertad, o estaré caminando de una clase de cárcel a otra? Podríamos dejar atrás para siempre la cárcel física, y sin embargo estar todavía en una cárcel tan real como cualquiera de la que haya salido.

Cristo habló de libertad espiritual, pero los corazones carnales no sienten otros pesares aparte de los que molestan al cuerpo y perturban sus asuntos mundanos. Si se les habla de su libertad y propiedad, del despilfarro perpetrado en sus tierras o del daño infligido a sus casas, entienden muy bien, pero si se les habla de la esclavitud del pecado, de la cautividad con Satanás y de la libertad por Cristo, del mal hecho a sus preciosas almas, y el riesgo de su bienestar eterno, entonces les estamos llevando cosas raras a sus oídos. Jesús nos recordó claramente que el hombre que practica cualquier pecado es, efectivamente, un esclavo de pecado, Cristo nos ofrece libertad en el evangelio; tiene poder para darla, y aquellos a quienes Cristo hace libres, realmente lo son. Sin embargo, a menudo vemos a las personas que debaten sobre libertades de toda clase mientras son esclavos de alguna lujuria pecaminosa.

Jesús mismo es la verdad que nos liberta (Juan 8.36). Es la fuente de la verdad, la norma perfecta de lo que es bueno. Nos liberta de las consecuencias del pecado, del autoengaño y del engaño de Satanás. Nos muestra claramente el camino a la vida eterna con Dios. Jesús no nos da libertad de hacer lo que queramos, sino libertad para seguir a Dios. Al procurar servir a Dios, la verdad perfecta de Jesús nos liberta para que seamos todo lo que Dios quiso que fuésemos.

El pecado busca la manera de esclavizarnos, controlarnos, dominarnos y dictar nuestros actos. Jesús puede liberarlo de esa esclavitud que le impide ser la persona que Dios tuvo en mente al crearlo. Si el pecado lo limita, lo domina o lo esclaviza, Jesús puede destruir el poder que el pecado tiene sobre su vida.

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